INTIMIDAD: MAURICIO Y GIOVANNA. -Primera parte (Relato de amor erótico)
Por
Azucena Buendía.
La RAE
define intimidad como una amistad estrecha y fuerte, sin embargo, para Mauricio
y Giovanna era mucho más que eso, era algo que lograban cuando se miraban a los
ojos, cuando ella reconocía en el oscuro color de sus ojos ese toque de
travesura y complicidad que los mantenía en el mismo sentir.
No podría
decirse a ciencia cierta qué era lo que tenían, si era que había algo qué
decir, pero era mucho más que nada, era algo que les hubiera gustado nutrir y
mantener, era una amistad especial que los llevaba a ser más que amigos.
Giovanna
admiraba profundamente a Mauricio, al verlo, sus piernas temblaban y usaba cada
neurona de su cerebro para controlar todo lo que la cercanía de ese hombre le
producía a su cuerpo, pero sentía que a él no le iba a atraer una mujer que se
derritiera a sus pies, por lo que nunca le demostró todo lo que era capaz de
hacer con ella. Mauricio, por su parte, había quedado fascinado con ella desde
el primer momento en que la vio y aunque trató de mantener su postura de
profesor implacable, le parecía una criatura extravagante y poderosa, con una
sonrisa que podías identificar a kilómetros de distancia, radiante y con una
energía que lo hipnotizaba.
Aquella
noche en que ella entró a su clase conversando con Nicolle, su amiga
inseparable, se propuso compartir con ella lo que estuviera dispuesta a darle,
una noche, una aventura o lo que fuera que implicara pasar tiempo juntos y
deleitarse con su compañía. Sólo esperaba que ella quisiera lo mismo para con
él. Se preocupaba por su bienestar, había notado que su clase no era la
favorita de esa intensa jovencita, pero también que era muy inteligente y
creativa. Le resultaba divertido hacerla enojar y hacerle comentarios acerca de
sus bajas notas en la clase, a lo que ella salía victoriosa con algún
comentario sarcástico y una sonrisa que opacaba al mismo sol.
En la
universidad donde Giovanna estudiaba, en caso de tener bajas notas al final del
periodo, los estudiantes tenían la oportunidad de hacer un examen de
habilitación, que les daba la posibilidad de recuperar sus notas, y al no
haberle ido tan bien en la primera nota ni a Giovanna ni a Nicolle, él solía
molestarlas y era uno de sus métodos favoritos para acercarse a ellas.
—¡Señoritas
habilitantes! — les gritó Mauricio al entrar en el pasillo y verlas sentadas en
una mesa, Nicolle de frente y Giovanna de espaldas a él, pero era imposible no
identificarla, su cabello rizado y esa cintura que le provocaba acariciar, eran
difíciles de confundir. Era posible que se molestaran por ser llamadas así, sin
embargo, por un lado era la verdad ¡iban mal! Y por otro lado tenían un humor
oscuro que le permitía molestarlas y saber que no se lo tomarían a pecho.
—Hola
profe ¿cómo le va? — le contestó sonriente Nicolle, mientras observaba cómo
Giovanna se volteaba al escuchar su voz y le miraba con diversión.
—Me
imagino que a estas horas no habrán desayunado — les dijo con una actitud
severa, esa actitud que sostenía la coraza que cargaba delante de muchos. —
caminen y les gasto algo en la cafetería— les propuso sin dejarlas contestar.
—¡Jum! Si
así nos va a humillar… nosotras nos dejamos— le contestó Giovanna cogiendo su
morral y siguiéndolo a la cafetería.
Esos
tiempos de cafetería Mauricio los aprovechaba para conocerla más, para saber
cómo pensaba, cuáles eran sus aspiraciones y todo lo que ella le permitiera
conocer. Ir a desayunar, encontrarla justo cuando se dirigían a almorzar o en
algún cambio de clases, eran momentos que ambos agradecían internamente y que
les hacía sonreír como adolescentes. Giovanna disfrutaba esos instantes en que
no lo veía ocupado, pues podía acercarse e inventarse alguna excusa para
hablarle, para escuchar su voz y despedirse con ese beso en la mejilla que la
hacía suspirar, sentir su olor era un estímulo a su libido, definitivamente la
enloquecía, pero no podía darse el lujo de coquetearle sin saber si él se
sentía siquiera atraído levemente por ella, estaba segura que, de no ser así,
perdería su confianza y él levantaría una gran barrera entre ellos. Eso sería
un golpe muy duro para ella.
Cuando
Giovanna tuvo un problema con su salud debido a su baja autoestima que la llevó
incluso a estar hospitalizada, al volver, lo primero que se encontró fue a
Mauricio, quien parqueó su carro junto a ella y le pidió de forma inflexible
que lo esperara, que necesitaba hablar con ella.
—Señorita,
me encanta verla tan radiante, no se mueva que necesito hablar con usted— le
dijo
—Pero
tengo clase— protestó Giovanna creyendo saber por dónde iba el asunto y
poniendo de excusa su clase para no enfrentar lo que Mauricio tenía para
decirle.
—¿De qué
es tu clase? — le preguntó tratando de mantener la calma ante su negativa.
—De
economía— le respondió mientras volteaba los ojos y le hacía ver que la clase
era un fastidio.
—No se
preocupe, averigüe el tema y yo se lo explico, pero la necesito en mi oficina—
y se dirigió al estacionamiento desocupado más cercano, tratando de no perderla
de vista.
Giovanna
tenía una mezcla de sentimientos, se sentía feliz de saber que él realmente se
preocupaba por ella, que le importaba cómo se sentía y que seguramente quería
saber lo que había sucedido, pero ella no estaba preparada para hablar del
tema. Sin embargo, quería escucharlo, quería saber qué tenía él por decirle.
Primero fue al baño y habló consigo misma en el espejo, se dio valor y pensó en
cuántas personas se habían preocupado por ella, lo que demostraba que no tenía
sentido sentirse sola y miserable.
Ella había
tratado de suicidarse, no sabía en qué momento había tomado tal decisión, pero
lo había hecho, se sentía cobarde por haber hecho sentir mal a sus seres
queridos. Y tener que enfrentar esa realidad con un hombre que la hacía sentir
tan especial, le generaba ansiedad, quería escucharlo, pero también sentía
miedo de saber qué le diría. Luego se dirigió a la oficina de su profesor
preferido, al que todos odiaban, el que la hacía suspirar con sólo pensar en
él, por el que estudiaba más de la cuenta al querer entender sus temas, aunque
su clase no le gustara.
Mauricio
dejó su Volkswagen en el parqueadero y caminó directo a su oficina, había
estado pensando en qué decirle a Giovanna cuando la viera, pero no se imaginó
que fuera la primera persona con la que se encontrara esa mañana, estaba
hermosa, como siempre, pero sus ojos no brillaban con esa intensa luz que la
caracterizaba, percibía tristeza en sus pequeños ojos, le partió el corazón
verla así, su cabello, generalmente suelto y alborotado, estaba recogido en una
coleta y su sonrisa era tímida. Timidez, una palabra que no debía ser utilizada
en una oración que se refiriera a Giovanna. Pensaba en qué le iba a decir, si
era tan rudo como le gustaría ser en ese momento y darle un golpe de realidad,
podría terminar lastimándola más y no conocía los motivos que la habían llevado
a tomar una decisión tan absurda.
Sin
embargo, quería ser contundente y claro, no ir con rodeos, decirle que la vida
era una sola y que había que disfrutarla y lucharla, solo o acompañado y que
mejor se acostumbrara a caminarla sola porque cuando uno se acostumbraba mucho
a la gente, casi siempre terminaba decepcionado e inevitablemente solo, quería
decirle tantas cosas que no sabía por dónde comenzar.
Él sabía
que ella era una mujer valiente y sabía también que, en sus momentos más
humanos, aquellos en que se tocaba su fibra sensible, podía ser muy frágil. Ya
habían tenido la oportunidad de compartir sus emociones, de besarse, tocarse y
jugar a que nada pasaba, cuando era evidente para el que los viera que algo se
traían esos dos, o al menos algo estaba a punto de pasar.
Como
Giovanna no llegaba pronto, Mauricio se quedó pensativo en su escritorio,
recordando los momentos que allí habían vivido, risas, besos tiernos, besos
apasionados, robados, ardientes, caricias, en ese lugar había conocido la parte
coqueta y atrevida de Giovanna, era ardiente y sabía dejarse llevar sin ser
sumisa. Rememoraba Mauricio aquella vez en que le dijo que le encantaría que
probara su verga y ella muy espontánea lo frotó hasta tenerlo bien erecto y se
lo metió a la boca, regalándole una chupada exquisita, lamiendo su pene desde la
base y jugueteando con su lengua mientras lo miraba a los ojos, apretándolo
suavemente con sus manos y labios hasta hacerlo venirse en su boca, esa mujer
aún vestida y sin ser una modelo de revista, encendía sus más profundos deseos,
tenía una boca sensual, una mirada sincera y unas tetas que invitaban a ser
acariciadas.
Cuando
sintió la voz de unas chicas en el pasillo, volvió a la realidad y pensó en que
decirle lo que quería iba a necesitar mucha sutileza, pero se armaría de toda
la paciencia que fuera posible porque ella merecía saber cuánto valía y cuánto
le importaba su bienestar. Para su sorpresa, no vino sola, sino acompañada de
una compañera, por lo que requeriría el doble de cautela.
—Hola
Profe— dijeron al unísono
—¿Me
necesitabas? — le dijo Giovanna de forma directa y tranquila, como anticipando
el sermón que se le podía venir.
—Todavía
la necesito joven — le contestó mirándola serio — sigan y siéntense— les pidió,
mientras les ofrecía un caramelo y jugueteaba con un cigarrillo.
—¿Cómo has
estado? ¿Me enteré que estuviste en el hospital? — comenzó yendo directo al
grano e ignorando a la compañera de Giovanna, asumía que si le había pedido que
la acompañara no tendría problemas en hablar frente a ella.
—¡Ah! Sí,
anoche me dieron salida, no fue nada grave, pero faltaba un diagnostico que
hasta ayer lo entregaron— le explicó de una forma demasiado calmada, lo que
prendió las alertas de Mauricio, y tratando de restarle importancia a algo
notoriamente grave.
Él había
escuchado en los pasillos que Giovanna había intentado suicidarse y aunque
sabía que no podía creer todo lo que escuchaba, mucho menos en esa facultad de
chismosos, pero no la había visto en toda la semana y el chico que le comentó
que la tenían interna en el hospital se lo dijo con muchos rodeos, evadiendo la
verdad. Le dio rabia que ella no confiara en él, que no quisiera contarle lo
sucedido y que tratara de verle la cara de idiota, pero vio en sus ojos tristes
que algo en el fondo había y no quiso dejarlo allí.
—¿cómo
estás con tu familia? — preguntó Mauricio, sabiendo que las cosas con la
familia de Giovanna generalmente iban mal y tratando de descubrir si ese era el
motivo por el que ella estaba tan decaída.
—Bien, mi
mamá ha estado bastante preocupada, pero no hay novedades — le contestó sin
más.
—¿te
cambiaste la forma de las cejas o te maquillaste diferente? — le preguntó al
notar que sí tenía algo diferente y decidiendo que la actitud que ella le
mostraba lo iba a sacar de casillas rapidito y que no iba a llegar a ningún
lado.
—Si, lo
hice, aproveché que tuve unos días sin arreglar y me consentí hoy— le explicó
Giovanna, sintiéndose supremamente emocionada de que él fuera tan detallista,
pues esa era una de las características que más le encantaba de Mauricio.
—Mira,
ahora me acompañas a otra oficina donde quiero que hagas algo — le indicó
Mauricio un poco más relajado, porque mientras estudiaba las expresiones de
Giovanna al contestarle había decidido que la llevaría él mismo a terapia
psicológica y que debería iniciar un tratamiento inmediato— mira Gio, la vida
es un asunto muy serio, a algunos les toca luchar y demostrar segundo a segundo
que uno es valiente y se la merece, otros la tienen fácil y extremadamente
aburrida, es esa gente que no tiene que ganarse nada, que no saben lo que es
sufrir por algo y darle valor a las
cosas, a cosas sencillas como tener una cama donde dormir; y hay gente a la que
le toca luchar porque le tocó una vida dura y aun así tienen la capacidad de
disfrutar cada golpe y salir victoriosos de cada batalla, después de lágrimas y
esfuerzos y les importa un culo lo que los demás piensen — mirando a la chica
sentada al lado de Giovanna mientras pronunciaba esas últimas palabras, sin
importarle lo incomoda que se pudiera sentir— estoy seguro que eres del último
tipo, y no te voy a agobiar con más preguntas porque veo que no quieres hablar
pero ten presente que me alegra verte recuperada, que quiero que estés bien y
que no dudes en contar conmigo ¿me comprendes?
—Fuerte y
claro— le respondió Giovanna con el corazón a mil por escuchar esas palabras
tan hermosas de ese hombre aparentemente tan rudo pero que ella sabía que en el
fondo era una ternura.
—Ahora
salgamos que tengo que llevarte a la oficina del psicólogo y quiero que me
prometas que te harás ese tratamiento— le dijo mientras la tomaba por los
hombros para hacer énfasis en lo que le pedía. —En cuanto a ti — le indicó a la
amiga de Giovanna. —Creo que hasta aquí nos acompañas— dándole la espalda,
demostrándole que no le gustaba para nada.
—Lo haré,
te lo prometo. — afirmó Gio, no podía hacer menos ante esa mirada preocupada,
el contacto de sus manos contra su piel se sentía muy bien, y se reprendió
internamente por desear estar en otro lugar y permitir que él acariciara todo
su cuerpo, seguro eso le levantaría mucho más el ánimo que ir con el psicólogo.
AZUCENA BUENDÍA: Seudónimo de una intensa escritora de nacionalidad colombiana que nos da el honor de compartirnos uno de sus escritos. ¡Gracias!
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