SOLEDAD (Relato)
Por
Daniel Antonio Madriz P
Los círculos
de humo ascendían hacia el cielo llevaban consigo mis pensamientos más
profundos.
Era el
tercer cigarrillo que fumaba en esos 15 minutos de caminata que había empezado, porque si
fumar había
sido un vicio que de joven tomé, como todos, por ganar aceptación social, quien
diría que el sería mi compañía en mis momentos de soledad.
Avanzaba sin
un rumbo exacto, intentando apagar ese sentimiento de caída que tenía en mi
corazón, no lo comprendía porque sentía tanta soledad, tenía amigos, familia, dos trabajos
algo que pocos pueden obtener. Era fácil
deducirlo. Me sentía solo porque, a pesar de todo eso, mi alma estaba vacía.
Había
recorrido ya diez veces las mismas calles sin darme cuenta de mis pasos, sólo
sentía el peso de mis botas aferradas a mis pies, el continuo coqueteo de mis
pies con el asfalto era lo que me hacía recordar que seguía aún vivo y que no
era un alma en pena vagando por el mundo.
Notando las
miradas de sospechas de aquel viejo guarda de seguridad me percaté
de que estaba caminando en círculos. Seguro creyó que era algún ladrón que
vigilaba la zona: ¿Tan mal
aspecto tenía? Seguramente mi semblante no era en nada distinto al de alguien
dispuesto a matar sin importar nada, sin importarle su propia vida
No lo pude
evitar una sonrisa vacía afloro en mis labios: ¡Ah, si supieras viejo amigo guarda
de seguridad que tan sólo quisiera que mi mente se apagará unos días!
Una llamada
me saco de mi cueva mental, era mi amigo:
"Que
bien" pensé, "alguien con quien hablar "
Contesté la
llamada con mucha emoción y una ansiedad temible, nos dimos el típico saludo de
amigos surgió una platica trivial y muy vacía a mi sentir, todo giraba en torno a
su vida y sus problemas. Yo le
escuchaba con paciencia e interés como todos los amigos lo hacen, ¿porqué todos los amigos lo hacen o no?
Luego de
unos minutos le comenté mi tristeza y mi soledad.
Su
comentario me hizo conocer una realidad a la que quería cegarme "vaya debe de ser algo terrible, pero
como te seguía contando de mi...."
Terminé la
llamada, no pude evitarlo. Aún en mi tristeza me dediqué a oírle sus problemas esperando que fuese lo mismo conmigo pero me equivoque, ¡qué ingenuo seguía siendo aún creyendo que todos dan lo mismo que reciben!
Me senté en
una banqueta de un parque solo, como cualquiera en una madrugada, no pensaba en
nada solo veía la luna con envidia, como ella en su solitaria mansión del cielo
brillaba tanto.
Algo
interrumpió mi meditación
Un lengüetazo
en mi mano
Un pequeño
perro de los que tantos hay abandonados en las calles se había acercado a mí,
seguramente con la esperanza de obtener algo de comer
"Lo
siento amigo, ando más palmado que la mujer de un guardia" le dije
mientras acariciaba su oreja.
El se quedó
ahí conmigo sin más, se tiró a mis pies y entró en un sueño extraño para mí. No creí
que un perro pudiese dormir tan rápido.
Como un loco
empecé a hablarle y contarle todo mi sentir, yo lo veía por el rabillo de mi
ojo y lo miraba quieto, inmune, como si nada le importará. "Ojalá fuese como tú" pensé.
Me levanté
de la banqueta y me disponía a marcharme,
pero algo capto mi atención mi acompañante seguía quieto, impasible
Me agaché por plena curiosidad, tenía un temor extraño..
Le hablé a
aquel pequeño cachorro pero no tenía respuesta, ni un solo movimiento.
No había
duda, aquel pequeño y noble animal había dado su última batalla y sin darme
cuenta su última hazaña fue darme su compañía.
Derramé lágrimas que retenía en mi interior, me Di la vuelta y me marché a mi hogar con
la cabeza gacha y mi corazón al tope.
Llegué a mi
hogar, quite aquellas botas que habían dejado surcos por todas esas calles de
tantas veces recorrí, ellas ya no pesaban tanto y mi ropa tampoco.
Mi corazón
ya no se sentía tan sólo y reí como un estúpido
Aquella
noble criatura había llegado a aquella banqueta a entregar su última noche, su
última lucha, había conseguido hacer su
última obra de nobleza, con su último suspiro se había llevado la soledad que
esa noche me acompañaba
Sólo espero
que si existe un cielo donde habitan los animales reciban a este pequeño can
que había salvado el corazón de un hombre que se iba a hundir.
Toqué mi mano,
aquella que su lengua había tocado y me metí en mis sábanas dispuesto a
terminar ese día y empezar el siguiente sintiendo que había sido rescatado por
un ángel de cuatro patas, nariz húmeda y cola alborotada.
DANIEL ANTONIO MADRIZ P es un psicólogo y joven escritor, radicado en Jinotega, Nicaragua.
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